miércoles, 9 de octubre de 2013

de cómo empezó

A nadie le resultará curioso si digo que fue el porno quién empezó a alinear mis queridas neuronas. Las sensoriales recogían la información y sus hermanas se ocupaban del resto. Sí, creo en el amor, las sensaciones y las emociones; pero a cada uno lo suyo y no voy a ser yo quien le quite el mérito a la maravillosa química de nuestros cuerpos.

Fue hace bastante tiempo. En esa época de cambios llamada pubertad aunque no puedo decir que tuviera las hormonas desbocadas, fue un tiempo bastante tranquilo.
En aquellos días todavía no había llegado infovía y los módems con sus famosos ruidos y velocidades que ahora son irrisorias costaban una millonada. La única forma que teníamos para ver culos y tetas eran las revistas que pasaban de mano en mano y a saber cuánto ADN llevarían impregnado.

Uno de esos días, llegó a mis manos una revista de lo que ahora podríamos denominar como porno vintage. Esas revistas que tenían en portada a la señorita de turno mostrando sus magníficos atributos y las más fuertes abrían portada con una felación.
Lo habitual era verlas en el baño, además de para darle al manubrio por tener un poco de privacidad. No te ibas a poner a verla en la cocina con tu madre al lado limpiando las acelgas.

Al tema. Tras devorar con los ojos la ingente cantidad de fotografías de solitarias mujeres pasando calor o de parejas intercambiando placeres, lo que más se me quedó grabado fueron dos historias. No eran historias gráficas, era texto sin más (ahora pienso que qué narices hacía yo a esa edad leyendo literatura en una revista porno).

La primera historia era una escena de dominación y sumisión. Varón encapuchado privado de visión y atado a la pared o a una cruz (mi memoria ya no es lo que era). Una mujer a la que más tarde se le uniría una segunda, realizaba una sesión a la víctima utilizando más técnicas de humillación que castigos corporales. Actualmente la recuerdo como una escena muy light, pero llegó a calar la idea.



La segunda historia es un poco más curiosa, no por el contenido pero sí por el contexto y las sensaciones que se quedaron tras leerla.

La historia comenzaba en una clínica de donación de semen donde una empleada tiene un pequeño accidente y se le van al traste unos cuantos frascos. Por miedo a perder el empleo, o vaya usted a saber, la señorita decide enmendar el problema y se ve en la misión de buscar más producto para compensar la reserva perdida. Tras varios encuentros con fuentes de semen, la mujer consigue solucionar el problema y las reservas vuelven al nivel que había antes del percance. La moraleja final que le queda a nuestra protagonista es que no le importaría tener ese tipo de problemas más a menudo.

Una historia bastante normalita esta última ¿verdad?. Lo que quedó después de leerla es el pensar con qué había disfrutado más. ¿En imaginarme la situación de nuestra aventurera buscando semen y cómo se describían las extracciones o las ganas de ser la protagonista y vivir esa situación? La idea que quedó fue la segunda, fantasear con ponerme en su piel y vivir la experiencia de la búsqueda utilizando las armas que tenía en mano. No buscaba la misión en sí, quería estar en ese cuerpo para poder desempeñarla.

Me quedé un poco fuera de lugar al darme cuenta de eso. Mejor me lo callo y me lo quedo para mí, a saber que puede pensar la gente si lo cuento...

besos





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